martes, 20 de febrero de 2018

quiero un verano en el norte de Italia

fotograma de la película Call me by your name

Sigo contando días, los que quedan para la semana de vacaciones que me reservé para finales de mes. El invierno me agota, tengo la sensación de vivir esperando los días suaves y llenos de luz de la primavera. Ver Call Me By Your Name me hizo soñar con vivir un verano en bicicleta en el norte de Italia. Me enamoró la belleza, la ambientación, la fotografía, la música y el ritmo del film; pero, no sé porqué, no conseguí conectar del todo con la historia de amor. Creo que esperaba más, que la película moviera o desplazara algo dentro de mí. O tal vez no tenía el día para historias de amor melancólicas. 

Por lo menos el fin de semana ha sido movido, aunque tal vez el adjetivo "movido" no case bien con una cena y comida con amigos que duró horas.

fotograma de la película Call me by your name

El sábado tuvimos cena con las Heteras en casa de Carrie. Hace meses que vive con su nuevo novio, un chico argentino muy simpático, y nos lo quería presentar de manera oficial.
Cuando quedamos con las Heteras sabemos que hay dos cosas que no faltarán: se beberá mucho alcohol y se comerá mucho chocolate. Y efectivamente, no faltó ninguna de las dos cosas. Charlamos durante horas y horas en las que arreglamos el mundo y lo volvimos a desarreglar. Cuando nos dimos cuenta eran casi las cuatro de la mañana. Al día siguiente Id y yo habíamos quedado con otros amigos para que vinieran a comer a casa así que no pudimos descansar mucho.
Me hizo mucha ilusión volver a quedar con Manray y Vincent. Me di cuenta de lo mucho que los echaba de menos. Es curioso como la vida nos va alejando de algunos amigos y luego nos los vuelve a traer. Hacía tanto que no nos veíamos que estuvimos 8 horas poniéndonos al día. 
Y aunque me dio la sensación que había pasado todo el fin de semana comiendo y sentada en una mesa, me gustó la sensación de reencuentro que me quedó en el paladar.

martes, 13 de febrero de 2018

martes y 13


Pensaba que febrero sería un mes más benévolo, pero no. Viento, lluvia -mucha lluvia-, nieve, y frío, mucho frío. Por mi manía de llegar pronto a las citas, esta mañana he estado diez minutos helándome de frío en la puerta del centro médico. Yo, y todas las abuelas del barrio que esperaban impacientes a que abrieran las puertas como si aquello fuera el primer día de rebajas. Cuando por fin las han abierto, estampida de ancianas corriendo hacia el ascensor a lo Carros de Fuego. Yo he preferido subir por las escaleras, con lo que he llegado antes que ellas al mostrador. 
Odio muy fuertemente que me quiten sangre. Mi aprensión a las agujas hace que una simple analítica se convierta en un suplicio y una tortura. Cada vez que me hacen un análisis de sangre intento visualizar que voy, me pinchan y me voy tan ancha a mi casa, como si lo de quitarme sangre fuera lo más natural del mundo. Juro que lo intento. Respiro hondo, entro tranquila, y mientras la enfermera-vampira me avisa que solo será un pinchazo, giro la cabeza para ignorar que todo aquello va conmigo. Ni siquiera me digno a mirar la aguja. Pero tras el robo sanguíneo viene el inevitable mareo.
Hoy he conseguido levantarme dignamente, mientras le aseguraba a la enfermera que estaba perfectamente. Pero a sido salir de la sala de extracciones y notar que mi tensión entraba en caída libre. He salvado mi dignidad sentándome en una silla en una tranquila y vacía sala de espera. Y entonces: sudor frío, vista nublada, mis manos estaban tan blancas que parecían de papel (no quiero imaginar como estaría mi cara). Monólogo interior de hiro: "respira hondo, expira, respira hondo... ¡por las diosas, qué nadie me vea en este estado!". Y es que cuando me entran esos mareos, llamar la atención del resto de la gente, todavía me pone más enferma. 

ese gato era yo esta mañana

Cuando ya creía que empezaba a sentirme mejor, me han entrado unas ganas tremendas de vomitar y de ir al baño, ¡horror! Por suerte, he conseguido controlar el pánico y tras unos minutos -que me han parecido eternos- he empezado a encontrarme mejor. 
Lo fuerte es que mientras ha durado mi agonía, han pasado dos enfermeras por delante de mis narices, y ni se han percatado de mi lamentable estado. En la zona de espera que había al lado de la mía, había una mujer enganchada a su móvil que tampoco se ha dado cuenta de nada. ¡Uf! no hay nada que me tranquilice más que saber que hubiera podido morir en un centro médico sin que nadie se hubiera dado cuenta (ironía, ironía).

A parte del incidente patético de esta mañana, el odioso frío no me ha impedido disfrutar de unos días de vacaciones del trabajo. He podido desperdiciar mi tiempo como si fuera millonaria, intentando no sentirme culpable por eso. El domingo tuvimos bollotertulia (con Falsa Identidad, de Sarah Waters) y después nos fuimos de fiesta con unas amigas al Apolo a ver actuar a Dolo. 
Por cierto, esta semana nos han invitado a un programa de radio para hablar del Club de Lectura Lésbica. ¡Qué nervios!